Aparte de Bethany tengo más amigos, como Bennie, Laurie, Daniel, Jack...
Se podría decir que Jack es un chico misterioso. Con ocho años yo solo sabía cerrar mi mente a personas ajenas, pero como no podía controlarlo bien, intenté meterme en la de Jack… y no pude. No lo he vuelto a intentar.
Ya le he preguntado a mi madre el porqué, y ella me ha respondido dándome dos posibilidades: o que él sea una de las personas de la faz de la tierra con una inteligencia superior a la de los demás, o que yo solo tenía ocho años, y no tengo por qué ser perfecta. Ya que parece ser que sí, que Jack es inteligente, va a las mismas clases que yo, obligado también.
Luego está Daniel, mi gran amor platónico de los catorce, rubio, ojos verdes, jugador de hockey, cachas... Bastante inteligente y… me dirigía la palabra. Cuando le conté a Bethany que me gustaba, ella me consiguió una cita. Mi primer beso fue con él. Duramos meses, pero decidimos que lo nuestro no iba a ningún lado y cortamos. Ahora es uno de mis mejores amigos... y es gay. Está saliendo con un antiguo alumno de intercambio de New York, que se quedó a vivir aquí cuando cumplió la mayoría de edad. Y no os equivoquéis, cuando estábamos juntos él aún no sabía que era gay, lo sé porque le leí la mente. Sé que estuvo mal, pero estaba muy preocupada y seguro que vosotras hubierais hecho lo mismo si hubierais podido.
Para terminar, están Laurie y Bonnie, mejores amigas inseparables de esas que se dicen a todas horas “for ever”. Las dos tienen novio y se maquillan de la misma forma... Ya os lo imagináis. Pero son muy divertidas y muy buenas amigas.
Tengo más amigos, no os creáis, pero no os quiero aburrir. Los que os he descrito son los de verdad.
Viendo lo que he escrito hasta ahora da la impresión de que parezco más alegre de lo que estoy en realidad, porque la verdad es que no soy nada feliz. Odio a la gente que quiere sentirse especial, porque serlo no es nada guay, es todo lo contrario. Cuando mi padre me oye decir todas esas cosas mi madre intenta suavizarlo diciéndole: “Son las hormonas, cariño”, “Es adolescente, ya cambiará de idea”, “Recuerda que tú eras igual”. Pero sé que yo no voy a cambiar de opinión. Porque saber cuál es tu destino no es nada chulo. Porque mi destino es morir o matar, no tengo otra. Y a los dieciocho tengo que elegir si quiero ser inmortal o morir de forma natural. ¿Te puedes creer que una chica de dieciocho años tenga que tomar semejante decisión? Bueno, eso si llego a cumplirlos, porque alrededor de los dieciséis, o como mucho a los diecisiete, tendré la batalla de mi vida. “La Luz”, lo llaman. Consiste en que los dos clanes cojan a un adolescente de cada bando y los hagan competir entre sí con sus hechizos. ¿Y para qué? Las batallas duran alrededor de cinco años. En esos cinco años se numeran los muertos de cada clan y el último año –que es este– el que tenga el mayor número de muertos, tiene que irse al olvido durante otros cinco años. Una estupidez. Eso es lo que me parece a mí. Nuestro clan lleva un total de 38 bajas y ellos un total de 72. Entre las de nuestro clan se hallan mis dos primos. Los padres de mis primos pensaban igual que yo y se exiliaron, se escondieron para vivir una vida normal, pero los encontraron y sus dos hijos murieron en la batalla sin tener experiencia alguna.
Yo estoy muerta de miedo. Mi año es este o el siguiente, y siento que no voy a salir de esa sala y que no veré como crezco, y esa es la peor sensación, que tu destino esté escrito en algún lugar remoto del mundo, y que no puedas hacer nada para cambiarlo. Mi hermano mayor, que ahora tiene 22 años, pasó por la batalla, y ganó. En honor a él nuestros orgullosos padres hicieron una fiesta y le regalaron una casa en Venecia para vivir con su novia. Sin embargo, los padres del difunto no pueden hacer nada. Aún así, normalmente no suele haber deseos de venganza. Mi hermano acudió al funeral con algunos agentes, ya que aunque no haya rencor, seguimos en guerra, y a pesar de que se haya encontrado la manera de no destruir el mundo con una batalla a lo grande, es decir, con la batalla de La Luz, sigue habiendo unos cuantos rebeldes del otro clan que nos quieren ver muertos. Claro que los contrincantes del otro clan solo son chicos.
Mi padre tuvo la suerte de no combatir porque era de un rango muy, muy, muy bajo. Yo desearía ser como él, pero es imposible, ya que mi madre es la hechicera número dos de la Junta de los Siete, algo parecido a la alta nobleza. Cuando mis padres se prometieron, mi abuela –la madre de mi madre– no lo aprobó por el motivo de pertenecer a distintos rangos y todo eso, pero ellos se casaron igualmente.
Yo me siento como si estuviera encerrada en una habitación en la que solo hay una puerta, que solo se abre por el otro lado y que los del otro lado solo abren cuando les da la gana. Tienes miedo de lo que puedas encontrar al otro lado, pero tienes ganas de salir de ahí. Con vida.
No quiero morir. Las chicas de mi edad de la Junta de Europa están ansiosas de que pase, porque quieren lucirse con su magia y porque, además, ese día puedes llevar un nuevo vestido de gala para que aún sea más especial. Dicen que es cuestión de orgullo y de dignidad, pero yo prefiero tragarme mi orgullo y no tener dignidad, a morir o a matar a un completo desconocido.
Pero, vamos, las cosas a su tiempo.