Visitas

jueves, 16 de junio de 2011

Capítulo Dos

Aparte de Bethany tengo más amigos, como Bennie, Laurie, Daniel, Jack...

Se podría decir que Jack es un chico misterioso. Con ocho años yo solo sabía cerrar mi mente a personas ajenas, pero como no podía controlarlo bien, intenté meterme en la de Jack… y no pude. No lo he vuelto a intentar.

Ya le he preguntado a mi madre el porqué, y ella me ha respondido dándome dos posibilidades: o que él sea una de las personas de la faz de la tierra con una inteligencia superior a la de los demás, o que yo solo tenía ocho años, y no tengo por qué ser perfecta. Ya que parece ser que sí, que Jack es inteligente, va a las mismas clases que yo, obligado también.

Luego está Daniel, mi gran amor platónico de los catorce, rubio, ojos verdes, jugador de hockey, cachas... Bastante inteligente y… me dirigía la palabra. Cuando le conté a Bethany que me gustaba, ella me consiguió una cita. Mi primer beso fue con él. Duramos meses, pero decidimos que lo nuestro no iba a ningún lado y cortamos. Ahora es uno de mis mejores amigos... y es gay. Está saliendo con un antiguo alumno de intercambio de New York, que se quedó a vivir aquí cuando cumplió la mayoría de edad. Y no os equivoquéis, cuando estábamos juntos él aún no sabía que era gay, lo sé porque le leí la mente. Sé que estuvo mal, pero estaba muy preocupada y seguro que vosotras hubierais hecho lo mismo si hubierais podido.

Para terminar, están Laurie y Bonnie, mejores amigas inseparables de esas que se dicen a todas horas “for ever”. Las dos tienen novio y se maquillan de la misma forma... Ya os lo imagináis. Pero son muy divertidas y muy buenas amigas.

Tengo más amigos, no os creáis, pero no os quiero aburrir. Los que os he descrito son los de verdad.

Viendo lo que he escrito hasta ahora da la impresión de que parezco más alegre de lo que estoy en realidad, porque la verdad es que no soy nada feliz. Odio a la gente que quiere sentirse especial, porque serlo no es nada guay, es todo lo contrario. Cuando mi padre me oye decir todas esas cosas mi madre intenta suavizarlo diciéndole: “Son las hormonas, cariño”, “Es adolescente, ya cambiará de idea”, “Recuerda que tú eras igual”. Pero sé que yo no voy a cambiar de opinión. Porque saber cuál es tu destino no es nada chulo. Porque mi destino es morir o matar, no tengo otra. Y a los dieciocho tengo que elegir si quiero ser inmortal o morir de forma natural. ¿Te puedes creer que una chica de dieciocho años tenga que tomar semejante decisión? Bueno, eso si llego a cumplirlos, porque alrededor de los dieciséis, o como mucho a los diecisiete, tendré la batalla de mi vida. “La Luz”, lo llaman. Consiste en que los dos clanes cojan a un adolescente de cada bando y los hagan competir entre sí con sus hechizos. ¿Y para qué? Las batallas duran alrededor de cinco años. En esos cinco años se numeran los muertos de cada clan y el último año –que es este– el que tenga el mayor número de muertos, tiene que irse al olvido durante otros cinco años. Una estupidez. Eso es lo que me parece a mí. Nuestro clan lleva un total de 38 bajas y ellos un total de 72. Entre las de nuestro clan se hallan mis dos primos. Los padres de mis primos pensaban igual que yo y se exiliaron, se escondieron para vivir una vida normal, pero los encontraron y sus dos hijos murieron en la batalla sin tener experiencia alguna.

Yo estoy muerta de miedo. Mi año es este o el siguiente, y siento que no voy a salir de esa sala y que no veré como crezco, y esa es la peor sensación, que tu destino esté escrito en algún lugar remoto del mundo, y que no puedas hacer nada para cambiarlo. Mi hermano mayor, que ahora tiene 22 años, pasó por la batalla, y ganó. En honor a él nuestros orgullosos padres hicieron una fiesta y le regalaron una casa en Venecia para vivir con su novia. Sin embargo, los padres del difunto no pueden hacer nada. Aún así, normalmente no suele haber deseos de venganza. Mi hermano acudió al funeral con algunos agentes, ya que aunque no haya rencor, seguimos en guerra, y a pesar de que se haya encontrado la manera de no destruir el mundo con una batalla a lo grande, es decir, con la batalla de La Luz, sigue habiendo unos cuantos rebeldes del otro clan que nos quieren ver muertos. Claro que los contrincantes del otro clan solo son chicos.

Mi padre tuvo la suerte de no combatir porque era de un rango muy, muy, muy bajo. Yo desearía ser como él, pero es imposible, ya que mi madre es la hechicera número dos de la Junta de los Siete, algo parecido a la alta nobleza. Cuando mis padres se prometieron, mi abuela –la madre de mi madre– no lo aprobó por el motivo de pertenecer a distintos rangos y todo eso, pero ellos se casaron igualmente.

Yo me siento como si estuviera encerrada en una habitación en la que solo hay una puerta, que solo se abre por el otro lado y que los del otro lado solo abren cuando les da la gana. Tienes miedo de lo que puedas encontrar al otro lado, pero tienes ganas de salir de ahí. Con vida.

No quiero morir. Las chicas de mi edad de la Junta de Europa están ansiosas de que pase, porque quieren lucirse con su magia y porque, además, ese día puedes llevar un nuevo vestido de gala para que aún sea más especial. Dicen que es cuestión de orgullo y de dignidad, pero yo prefiero tragarme mi orgullo y no tener dignidad, a morir o a matar a un completo desconocido.

Pero, vamos, las cosas a su tiempo.

martes, 14 de junio de 2011

Capítulo Uno

¿Sabes si alguna vez has querido ser especial, cuando veías que los demás tenían algo que a ti te faltaba, que lo necesitabas para sentirte bien? Pues a mí nunca me ha pasado. Quiero ser normal, porque no lo soy, soy esa persona especial, bueno, supongo que la palabra exacta es que soy un “bicho raro”. Tampoco es que me sienta superior a vosotros, pero sé que nunca seré como vosotros por mucho que lo desee. Ese es mi destino. No ser normal.

Os preguntaréis por qué no soy normal. Os explicaré todas las razones que se me ocurran al paso. Para empezar, vosotros usáis los cinco sentidos; yo uso el sexto, que es la llamada intuición, pero no es una intuición lo que yo siento, es una certeza. Os pondré un ejemplo: vas caminando por la calle y en un momento dado te dices: “Tengo la intuición de que si cojo el camino de la izquierda va a pasar algo”. Y te encaminas por el de la derecha. Pues yo sé qué es lo que va a pasar, lo veo como un sueño, como si viera el futuro, pero menos peligroso. Luego, vosotros usáis el 10% del cerebro; yo uso el 50%, por lo que puedo leer el pensamiento de la gente en el momento que quiera y a la persona que quiera, pero eso solo puedo hacerlo tras un largo entrenamiento. Ah, y también sé bloquear mi mente para que nadie pueda hacer lo que yo hago conmigo. Y sí, hay más gente como yo, estamos por todo el mundo. A lo mejor alguno de tus amigos es como yo. ¡Pero bueno!, ¡si todavía no sabéis qué es lo que soy!

Soy una especie de bruja. Una hechicera del siglo XXI. Y eso quiere decir que ni tengo una verruga, ni un sombrero de esos que no me gustan nada, y que tampoco tengo un gato.

Mi madre es una de las hechiceras de la Junta de los Siete, lo que implica que es una de las hechiceras más poderosas del momento. En cambio, mi padre era, y sigue siendo, un simple profesor de historia en un instituto normal, y al mismo tiempo es también un profesor de historia de la magia y de la brujería” para alumnos muy exclusivos: solo yo.

En todo el mundo hay dos clanes de hechiceros, y luego están los que no pertenecen a ningún grupo, pero esos son neutrales. Uno de los clanes es el nuestro, en el que tanto mujeres como hombres somos iguales, y luego está el otro, el exclusivamente masculino, en el que las mujeres solo sirven para cocinar, limpiar y hacer el resto de tareas, también para tener hijos, educarlos, y para compartir marido con otras mujeres. En fin, un clan muy machista y chapado a la antigua. Yo siento pena por los hijos de los miembros de ese clan en nuestra época, sobre todo por las chicas, no podría soportar estar en su lugar. Los dos clanes estamos metidos en una guerra desde hace más de 10.000 años de la que ni yo sé el motivo, pero eso ya os lo explicare más adelante.

Me llamo Kate, tengo dieciséis años y vivo a las afueras de Londres en una casa de dos pisos y sótano en un acogedor vecindario. Vivo con mis padres y mi perro. Mi madre se llama Maria y mi padre John. Mido un metro setenta y pico, tengo el pelo moreno y los ojos verdes, color bambú (heredados de mi madre), y una nariz ancha que a mí no me gusta nada (heredada de mi padre). Mis mejillas normalmente están sonrojadas, bien sea por el frío, por el calor, o por la vergüenza que me hacen pasar mis padres a veces. Estudio cuarto de la E.S.O. en un instituto de Londres en el que no se lleva uniforme (probablemente sea el único). Como os he dicho antes, uso el 50% de mi cerebro, y eso me hace parecer más inteligente de lo normal, por lo que voy a todas las clases avanzadas posibles, obligada por mis profesores y por mis padres.

Mi mejor amiga se llama Bethany y tiene la misma edad que yo. Vamos al mismo instituto, pero a distintas clases, porque la pobre no clava una. Pero es una persona maravillosa, una de las mejores personas que he conocido en mi vida. Es muy graciosa, algo extrovertida y tímida a la vez, y muy generosa. Para rematar, es rubia, tiene los ojos azules y un tipo que algunas matarían por tener, y, sobre todo, tiene un ojo impresionante con la moda. Trabaja en sus horas libres para una marca muy conocida de ropa, como ayudante en algún puesto importante que no recuerdo. Sus padres están divorciados y vive solo con su padre, dos calles más allá de la mía. Nunca le he leído la mente... intencionadamente. Cuando era pequeña y aún no sabía cómo controlarlo, le que quería cortar con uno de sus seis novios para regalármelo a mí. ¡Solo teníamos siete años! Pero me lo regaló.