Las palabras de
mi madre me han dado que pensar. En nuestro clan siempre se ha hablado del
destino, y aunque a mí no me haya agradado mucho, nunca le he dado mucha
importancia a eso. Pero después de la charla con Cassandra, la madrasta de
Mike, no me hace mucha gracia que mi madre y los altos cargos puedan leer mi destino y lo controlen. Porque si mi destino está escrito,
quiere decir que ponía que hoy tengo que ir a la vigilancia por algún motivo.
¿Igual será que no quieren que quede con Jack? No, no puede ser eso. Pero eso
quiere decir que no podré enamoraré del chico que quiero, sino que el destino
elegirá de quien enamorarme. Mal rollo. No me gusta pensar que mi destino
dependa de un viejo de setecientos años. Yo quiero pensar por mí misma, pero
bueno ahora tengo que concentrarme en lo que me depara esta noche de hoy, que
aunque mi destino esté escrito no quiere decir que no lo pueda pasar bien
viendo fracasar a las “personas” del otro clan. Aunque no pueda verles la cara,
puedo hablar con ellos mentalmente y eso me divierte.
Sé que antes he dicho que
este tema de la hechicería no me gusta y que quiero estar lo más lejos posible
del tema pero ¿Ver fracasar a mis queridos amigos que tienen a las mujeres como
máquinas de hacer hijos? Aunque me duela mucho admitirlo, los mataría con mis
propias manos antes que matarlos en una batalla limpia y justa y solo, por una
única razón:
Los contrincantes
antes de tener esa batalla tienen que convivir una semana en una casa o mansión. ¿Y eso para qué sirve? Para conocer
más a la persona y que tengas más ganas de matarlos. Sé que me contradigo mucho,
pero siempre me ha pasado, a veces mi rabia me pide que los mate pero en
realidad soy demasiado inocente como para matar a alguien por mucho que lo
odie. Ahora tengo que concentrarme e ir abajo con mi madre.
Esto es impresionante,
son las seis de la tarde y estoy viendo el atardecer. Me encanta ver el cielo a
distintas horas, cuando las nubes están rosadas y el horizonte está anaranjado.
Es lo que estamos viendo mi madre,otras cuatro persona que son Mike, su
padre y otros dos que parece ser que no conozco y yo. Estoy sentada en una especie
de valle, a mi madre se le ha olvidado comunicarme que la casa a dónde íbamos a venir estaba
al pie de la montaña.
Estoy sentada con mi capa puesta y con la cara ocultada.
Me siento un poco ridícula. Oigo como alguien se está acercando a mí y se
sienta a mi lado.
-
¿Por lo que he oído por ahí. – Por la voz sé que
es Mike. – Hoy tenías una cita.
-
Pues sí, pero hemos quedado para otro día.
El sonríe.
-
A si que quieres un poco de magreo ¿No?
-
¿Por qué dices eso? – Le pregunto sobresaltada.
El se vuelve a reír.
-
Está claro ¿Por qué si no ibas a quedar con él?
-
No todos somos como tu Mike.
-
Uy, eso ha dolido. –Pone una mano en el corazón. - Justo me has dado en el corazón.
Le sonrío, no sé cómo pero aún estando alegre siempre me hace sentir aún más feliz.
-
¡Kate, Mike! – Es el padre de Mike - ¡Venid!
Nos miramos el uno al otro, nos levantamos y vamos corriendo
al lugar donde están los demás. Al llegar, lo único que veo es la cara alarmada
de mi madre, giro la cabeza a donde ella mira. ¿Y que oigo? Gritos. Gritos que provienen de la casa que
estábamos protegiendo.
-
¿Qué ha pasado? – Pregunta Mike.
En ese momento es su padre quien responde:
-
No lo sabemos, no sé cómo pero no les hemos
visto.
-
¿Y a qué esperamos? – Pregunto yo impaciente y
cabreada.
Mi madre asiente con la cabeza mirando a Juan, el padre de
Mike.
-
Juan, Elisabeth y yo vamos por delante y vosotros tres vais por detrás– indica mi madre – no
dejéis que os vean la cara ni que os oigan, si no, ya lo sabéis ¿Entendido?
Los tres asentimos con la cabeza.
Llega el momento, los tres mayores se dirigen a la casa colina abajo y nosotros
esperamos a que entren para empezar a
correr.
Entramos a casa y me quedo paralizada, el salón está destrozado; los muebles
hechos añicos y por los suelos. Al lado del sofá hay una mujer ya entrada en
años sangrando por la cabeza y a su lado un niño de unos diez años llorando.
Pero no hay rastro de los otros. Mi madre se acerca al niño y se arrodilla a un
lado
-
No te preocupes no te vamos a hacer nada.-Menuda consolación debe ser esa - ¿Cuántos
sois en la familia?
Al principio, al niño se le ve vacilar, pero luego se le acerca a mi madre y se lo
dice al oído.
-
¿Y a donde han ido? – Sigue preguntando.
El niño le vuelve a responder a la oreja, entonces mi madre se levanta
y se dirige hacia nosotros
-
Son tres niños, de diez, quince y dieciséis años,
viven con su abuela. Los han llevado a la especie de terraza que tienen arriba. Elisabeth,
quédate con la anciana. – ordena mi madre – Los otros, nos vamos arriba.
Oímos un grito desesperado que nos deja el corazón a una vela y nos encaminamos escaleras arriba.
Hola!!
ResponderEliminarQué interesante se ha puesto la historia en este capítulo... Si antes ya lo era, ahora mucho más! Qué ganas de leer los próximos capítulos :D
Besos!